sábado, 29 de diciembre de 2007

El grito de Lucy


Capítulo de una novela en proceso.

Seguí a Marcos por las calles de San Telmo. Estaba con su eterno impermeable. No había nadie, solo se escuchaba el retumbar de sus pasos, y yo detrás tratando de ahogar los míos. Tomaba una calle y luego otra; cuando llegó a Estados Unidos, se paró frente a una vieja casa destartalada, que en lugar de puerta, tenía unas chapas oxidadas sujetas con alambre. Las corrió y entró. Yo me acerqué despacio y asomé por la abertura. No era una simple casa. En algún tiempo había gozado de esplendor. Todavía conservaba un hermoso mural, el mármol del piso y hasta el revestimiento del hall de entrada. Solo le faltaban las puertas y ventanas.
Por un momento me olvidé de Marcos, y recorrí sus hermosos cuartos, y hasta imaginé como sería vivir en un lugar tan agradable. Las cúpulas de cada habitación estaban adornadas con molduras que representaban escenas en templos griegos, y las mismas se repetían en cada ángulo inferior a menor escala. Cada cuarto tenía una escena distinta. El baño era increíble, con una enorme bañera en el centro, grifería de bronce, pisos dignos de un palacio. Pero lo que más me impactó, fue el vitreaux redondo en lugar de una ventana, con unos ángeles multicolores que se proyectaban en la pared cuando el sol, estratégicamente, se ponía en esa dirección. El efecto era similar al de un calidoscopio.
Cuando salí del baño, me encontré con Marcos. Me hizo salir inmediatamente de ese ensueño.

_ ¿Por qué me seguís? –Lo dijo tomándome fuerte del brazo-

No me gustó su actitud. Me pareció agresiva. O quizás eran sus ojos inyectados los que le daban ese aspecto. De todos modos, como dándose cuenta de su accionar desubicado, me soltó, y se alejó unos pasos.

_ ¿Por qué tanto misterio? –Se lo pregunté con calma-
_ Lucy, no me respondas con otra pregunta…vos sos la misteriosa
_ ¿De qué misterio me hablás? Justo vos, que te la pasas como un fantasma divagando por las calles…estoy harta Marcos, siempre te encuentro en lugares impensados, y de pura casualidad
_ Nada es casual Lucy… Creí que entendías

Me quedé mirando sus ojos, y pensé, quisiera dibujarlos, llegar a su misterio. Traspasar ese muro interior que no me permite llegar a él.
Se arrimó y me tomó las manos. Las sentí frías, ausentes, si es posible que las manos puedan expresar tales sensaciones. Me dejé llevar.
Pasamos por un pequeño salón, que repetía las escenas de templos griegos, muy parecidas a la de los cuartos. Allí si había una puerta, de esas que llegaban casi hasta el cielo raso, de roble barnizado. Estaba intacta, como también lo estaban las paredes casi impecables de toda la casa.
Pasamos la puerta, la única que quedaba. También era un cuarto y estaba amueblado con una cama y una mesita antigua con tapa de mármol. En el rincón había un perchero vienés y en el colgaba el impermeable de Marcos. Un solo cuadro adornaba la pared de la cabecera, una reproducción de “El grito” de Munch, que en ese contexto me pareció más escalofriante aún.
Me miró de esa manera penetrante que desnuda. Acarició mis brazos que colgaban exhaustos y mi piel se erizó. Sentí como sus manos temblaban imperceptiblemente. Me abrazó, me devoró en ese abrazo, casi desesperado. Luego comenzó a desvestirme. No me inmuté, lo dejé. En el fondo pensaba que era lo único que podía hacer, desvestirme, mirarme, fagocitarme con sus ojos verdes oblicuos del color de las algas.
Mientras que observaba mi desnudez, se desvistió; toqué su piel aterciopelada, ese santuario de músculos en perfecta armonía y me perdí en él. Cuando estaba por llegar al éxtasis total, miro el cuadro de Munch. No sé porque lo hice. Y compruebo horrorizada que en su lugar estaba la foto del generalísimo. Sentí que mi cara se desfiguraba, convirtiéndose en la misma de “El grito”, en una máscara patética; y también descubrí, que el cuarto estaba tapizado con fotos del general y sus mujeres. Me quedé gritando, desnuda, en el medio de ese horror, mientras que Marcos me miraba y se sonreía irónicamente.
En ese momento me desperté. Pero no termina acá la historia, pasó algo más. Por algún mecanismo de la mente que me es imposible entender, me volví a dormir casi de inmediato, y el sueño siguió en otra parte de la casa. Como si fuera otro capítulo de la historia.
Marcos me llevaba nuevamente de la mano, y en el sueño, si bien sabía que había vivido algo antes, no podía recordar nada sobre la escena de “El grito” y las fotos de Perón. Me llevó hacia un patio interno, bastante amplio, cuyas paredes estaban totalmente cubiertas por unas hermosas enredaderas llenas de flores de color rosa y blanco. Varios macetones desordenados con plantas exóticas y cáctus, y en el centro un juego de mesa y sillones de jardín, muy antiguos. El patio estaba en su esplendor lleno de colorido primaveral. Marcos me hizo un gesto con la mano invitándome a sentarme. Dude por un instante, pero terminé sentada, observándolo en silencio.
Hablaba y gesticulaba con exageración. No entendí muy bien lo que decía, todo se reducía a un montón de palabras. Algunas retumbaban en mi cabeza; Almagro, padres adoptivos, Resistencia, España, Montoneros, linyeras, gatos, gatos, gatos…
Me levanté asustada y salí casi corriendo. Lo único que quería era alejarme de Marcos, perderlo para siempre. Pero algo extraño había pasado. Me encontré en la salita que en la anterior etapa del sueño, tenía una sola puerta que correspondía a la habitación con el cuadro de Munch, y yo, giraba y comprobaba que ahora todos los cuartos tenían puerta. Entonces seguía girando sobre mis propios talones, tratando de descubrir cual de ellas me llevaría hacia la salida, la libertad.
Fue cuando apareció Marcos con algo en la mano. Dejé de girar y lo observé. Tenía algo ensangrentado, y estaba todo salpicado de un sin fin de minúsculas gotas de sangre oscura. Lo miré fijo tratando de descifrar que era esa masa sangrienta que tenía en la mano. Entonces el hizo un leve movimiento y la cola peluda apareció ante mis ojos. En ese mismo instante comprobé que era mi gata de la infancia, aquella que amé tanto y cuya muerte me marcó tan profundo, como la muerte de mi padre en manos asesinas. De mi garganta brotó un grito ahogado, y me encontré nuevamente en la habitación, desnuda, con las fotos del generalísimo, el cuadro de Munch y el perchero vienés donde ahora colgaba el impermeable ensangrentado de Marcos.

martes, 4 de diciembre de 2007

El depredador


“Algún día moriré abandonada, sepultada,
en el cruce siniestro de los tres caminos.
Allí donde moran las almas en pena
de los suicidas y de los asesinados”
C. B.


Estaba nerviosa. A pesar de que su profesión la ponía en situaciones difíciles de asimilar, siempre existía una colega dispuesta a escucharla para sobrellevar esos temas que cargaba como si fuera una montaña sobre los hombros. Pero esto era demasiado para cualquiera, hasta para ella que era bastante fuerte.
Desde hacía un tiempo uno de sus pacientes la estaba enloqueciendo. Se sentía amenazada todo el tiempo por su mirada y las indirectas que usaba estratégicamente.
Tenía que escuchar las confesiones del geronte capitán del ejército, participe de la destrucción de una generación de jóvenes que tuvieron la osadía de intentar cambiar el rumbo de este país. Y el tipo, muy campante en su postura de depredador y dueño de la verdad. Tenía ganas de escupirle en la cara que no era más que un asqueroso y facho asesino de niños; pero su postura profesional la obligaba a callar sus más íntimas opiniones y ser neutra en las respuestas.
Con total desparpajo relataba como sus subordinados se divertían con las consignas que les dejaba para obtener información de los secuestrados. Como la bestia les enseñaba a torturar.
Todavía no entendía el motivo de su visita, si no existía en él ni un mínimo de arrepentimiento.
Quizás el geronte necesitaba, en su decrepitud decadente, seguir infundiendo miedo en alguien. Intimidar, enfurecer, como el cazador a su presa.
Mientras él hablaba, ella buscaba la forma de equilibrar el odio que sentía por él y por todo lo que representaba. Hasta tenía el descaro de usar el uniforme y sus malditas insignias ganadas en la guerra vergonzosa.

—Sabía doctora que una buena tortura es aquella que permite que la víctima siga viva. Un buen torturador sabe llegar al límite sin pasarse.
—No quiero saber sobre sus métodos de tortura. —dijo fastidiada.
La bestia hizo un movimiento brusco, pero se volvió, la miró con sus pequeños ojos de cuervo, rodeados de miles de arrugas. El asesino viviría lastimando hasta su último minuto. El cuerpo viejo y torvo, pero la voluntad intacta.
—Todo torturador debe alimentarse del miedo de su víctima, saber mirar en sus ojos. —Dijo sin importarle nada —En ese momento se tiene la absoluta posesión.
El asco le inundó la garganta y todos los sentidos. Quería acallarlo, golpearlo. Se asustó de sus propios pensamientos.

—Son pocos los elegidos que entienden los mecanismos de un país civilizado…se habla de patria, nación, con la ideología de los idiotas, así no se construyen países de verdad doctora…usted debe ser una mujer inteligente, estudió la mente humana, eso la hace poderosa ante el común de las personas, ¿No lo cree así?
Trató de vencer las nauseas para poder contestarle.
—No, no lo creo así. Elegí esta carrera para ayudar a la gente, no para valerme de mis conocimientos y abusarme de eso…el cerebro es un órgano complejo, pero usted no vino acá para hablar de eso conmigo.
—No claro, en realidad mis hijos creen que desde que me jubilé del ejército necesito terapia para sobrellevar el vacío, que practicar tiro al pichón no me alcanza para sentirme pleno; matar palomitas es un juego de chicos…de alguna manera tienen razón. —lo dijo clavando sus ojitos en ella, hasta hacerla estremecer. —El tribunal jamás me asoció al proceso. Ellos tienen muchas falencias, ¿cómo pudieron no darse cuenta? Tal vez ninguno de los que pasaron por mi pudieron sobrevivir, eran flojos, pendejos flojos y bocones. La justicia de ustedes es muy limitada, esta llena de pequeños hombres que se creen grandes amparados bajo la mujer de la balanza…me hace mucha gracia, como sus jueces se hacen los grandes señores con su seriedad impostada, y luego se dejan coimear por los delincuentes, jajaja, ¡los representantes de la justicia! ¿No es gracioso doctora? ¿Usted cree en esa mujer ridícula y floja como todas las mujeres, que carga con una estúpida balanza? No es casual que la hayan elegido para representar tanta farsa y que además tenga los ojos vendados.
Tuvo que salir a las corridas para no vomitar sobre su uniforme de gala.
Volvió demacrada y descompuesta, pero él no pareció notar nada. Seguía enajenado en su discurso demencial.
—El ejército es disciplina, orden, algo que sus tribunales desconocen…les preocupa tanto la limpieza que hicimos; a veces es necesario sacar del medio a la manzana podrida, a la puta liberada que corrompe y que quiere llamarse libertad.
—Usted es un hijo de mil putas, ¡no quiero escucharlo más! —le gritó en la cara
El geronte se levanto de un salto y la miró con sus ojitos de cuervo, llenos de odio y altivez. Se levantó y se fue sin decir una palabra.

Apenas salió, puso traba en la puerta y redactó una carta: “Yo, Beatriz Acosta, psicóloga, especialista en trastornos de la personalidad
Quiero dejar constancia de una situación que a pesar de ser común en mi especialidad, me deja fuera de cualquier tipo de razonamiento. Uno de mis pacientes el Capitán de ejército Roberto Pérez Anselmo, que sufre de trastorno de personalidad, y se muestra agresivo y con un alto grado de egocentrismo, paciente evaluado para tratamiento con medicación y posible internación, ambas medidas no fueron aceptadas por los familiares del mismo, a pesar de ser alertados del peligro que representa este tipo de trastorno en él y miembros de la familia y allegados que tengan contacto directo. Debido la negativa del entorno, se optó por el tratamiento ambulatorio. El mismo resulta ineficaz, y dada la procacidad del paciente y su hostilidad hacía mi persona, me siento en peligro continuo de terminar siendo su próxima víctima. Parece irracional que una profesional haga este tipo de observaciones, por eso digo que esto escapa a cualquier razonamiento. Dejó constancia que si me encuentran muerta, sea cual fuese la aparente causa, se investigue al paciente nombrado.”

Algunos días después, Beatriz Acosta fue encontrada muerta en su consultorio. También hallaron la carta. Se le realizó una autopsia que reveló un alto grado de alcohol, anfetaminas, antidepresivos y otras sustancias asociadas con distintos tipos de venenos caseros que se utilizan para fumigar y que son de extrema peligrosidad. Ningún rastro de la presencia de otra persona. La puerta estaba cerraba por dentro. La causa fue caratulada como suicidio. El capitán Roberto Pérez Anselmo que nombra en la carta, a la fecha llevaba 25 años de fallecido. Los familiares de la suicida creen que el capitán nombrado, fue quien la torturo durante el tiempo que estuvo secuestrada en el pozo negro, y de quien nunca se pudo comprobar su participación en el proceso infame que vivió nuestro país.

miércoles, 7 de noviembre de 2007

El olvido se hace eterno.


El olvido se hace eterno. El poeta loco se fue en su nave para no volver jamás…

Otra vez llueve. El cielo se tiñe de cromos intensos. El viento helado me penetra por los poros, por los ojos.
Me duele la piel, pero me quedo igual, estática, mientras la noche va cayendo suave, como un telón.
Los árboles son sombras que se agitan. Esqueletos que deja el otoño descarnados…
Yo también me siento una sombra, una nube oscura que pasa a punto de explotar, de derramar mares… Se que la tormenta pasará y algún día se aplacarán mis huracanes internos ¿Pero es necesario caminar la vida tan vacía? Tan a la deriva…
Bastaría con que regreses, que abras mis cajones, que me toques el pelo
y me abraces. O sólo digas: Estoy, no tengo preguntas, no tengo reclamos
Mi paisaje a tu lado cambia.
La noche se va cerrando. Los colores desaparecen. Sigo sola, a la espera de que algo ocurra. Nada ocurre…estas muerto.
El dolor sólo se compara con parir. Pero igual me dejas, en esta eternidad de nadas. Suspendida en el instante.

Obra: "Dolor"

viernes, 26 de octubre de 2007

La realidad y la utopía

Este relato pertenece a mi amigo español "Amado Storni", escritor, poeta, cantante y autor; por lo tanto un verdadero soñador.




SALIÓ corriendo la Utopía huyendo de la Realidad. Sus pasos parecían firmes y seguros pero su huída era una huída desesperada y sin control. A cada paso que daba la Utopía la Realidad daba dos más. En su afán de no ser alcanzada la Utopía buscó ayuda. Fue así como se encontró con un banquero, pero éste, preocupado por la bolsa y las divisas, interesado de interés y capital, ni siquiera la escuchó. En su atropellado caminar la Utopía se encontró con un clérigo que al principio puso interés en escucharla. Parecían hablar el mismo idioma aunque a veces no se entendían. Y es que la vida espiritual de la que hablaba el sacerdote no era la misma que la de la Utopía. Su vida era una vida que después de la vida se construía con los cimientos de una fe en la que ni el mismo clérigo creía. La Utopía siguió huyendo y fue entonces cuando se encontró con un político al que la Utopía reconoció enseguida. Ambos, en un tiempo pasado no muy lejano, habían caminado juntos y cogidos de la mano. Pero terminada la campaña electoral y cuando aquél consiguió el status que buscaba, la Utopía volvió a quedarse sola. Y el político, creíble y diplomático, le dio la espalda. La Utopía también se encontró con un hombre. Un hombre que fue adolescente. Un adolescente que fue niño. Y ese hombre al que la Utopía ilusionó de niño y también de adolescente, ni siquiera la saludó porque no la conocía. Al tiempo de ser alcanzada por la Realidad la Utopía se encontró con un poeta, atropellado de versos e indómito de sueños incurables. El poeta parecía distante, pero cuando la Utopía se detuvo a hablar con él éste la escuchó. Ambos se entendieron y se saludaron porque ambos se reconocían. Y vio la Utopía que con el poeta se sentía segura. Al oir llegar a la Realidad la Utopía se escondió. Se detuvo la Realidad ante el poeta y le preguntó si había visto pasar a la Utopía. Pero ni el poeta entendía a la Realidad ni la Realidad se entendía con el poeta porque a lo que la Realidad llamaba Utopía era la realidad del poeta. Y cansada de ese mal entendimiento la Realidad se tuvo que marchar. Fue entonces cuando la Utopía se metió en el cuerpo del poeta porque sintió que ese era su verdadero hogar. Es por eso que los poetas saben tanto de sueños y los sueños se llevan tan bien con los poetas.

jueves, 11 de octubre de 2007

Epitafio




“…pienso en tu cabello que estalla
en mi almohada, y estoy que no
puedo dar otra batalla…”
S. R.


Siempre me atrajeron los acantilados. Desde chico me gustaba arrimarme hasta el límite; jugar con el miedo.
Una mezcla ambigua de temor y curiosidad me llevaban una y mil veces hasta el borde del precipicio, mientras el cuerpo se agitaba y luchaba por permanecer en el lugar. Jugar con la idea de arrojarse y tal vez remontar un vuelo sin alas. Ilógico.
Ver el mar, sentir la brisa, el viento helado durante la madrugada. Las gaviotas picoteando. Volando, planeando, rozando apenas la arena húmeda.
Vivir en el límite de mis verdades me llevó hasta donde ahora estoy; por esa maldita costumbre de querer sentir la adrenalina de la rebeldía, como una forma de vida que no se puede sostener.
Hoy no estás. Ni siquiera sé por donde buscarte. Los caminos sinuosos nos marcaron distintos destinos. Las ideas utópicas nos devoraron el futuro, la longevidad, los proyectos.
Todavía no entiendo. No existe un manual que nos enseñe a vivir el dolor de la incertidumbre y que borre las ampollas de mis pies.
Hasta acá llegué, no se por donde seguir, me faltan fuerzas. El amarte y no tenerte me quita cualquier posibilidad de razonamiento, ni siquiera puedo retener el concepto primitivo de la supervivencia. El derecho de amar, de vivir, de luchar.
Voy de aquí para allá. Olfateando el aire, buscando tu esencia, devorando las calles a fuerza de desearte. Queriendo encontrar señales, presagios del futuro; algo que me indique por donde seguir. Ver tu rostro, sentir tus manos mientras me acaricia el viento, creer que sos vos desde algún lugar.
Hay una vida fuera de esta, que ya no retengo, como no puedo conseguir que la arena seca se quede en mis manos, cuando el viento me azota.
Puedo escuchar dentro de mi cabeza el grujir de sus botas, su repiqueteo acompasado. Como un látigo impiadoso. Esa madrugada. Por ese pasillo gris.
Testigos; el silencio, la incertidumbre, la cobardía, el miedo, la impunidad. Las cuatro paredes blancas de tu cuarto.
Imagino tu orgullo, elevándose como una bandera; parada, entera, enfrentando al demonio. Sabiendo que perderás todo, menos la dignidad que cultivaste en tantos años de lucha.
Por momentos me agita la pequeña esperanza de encontrarte, entonces trato y trato de retener esa ilusión para poder seguir, pero se desvanece; porque surge de mi necesidad, porque hasta un condenado a muerte puede pedir su última voluntad. Pero a mí me condenan otras cosas; tu ausencia, los hombres sin rostro.
Y no hay deseo poderoso, entrañable, que pueda devolverte.
Desde aquí se vuelve todo lejano. Una historia que les pertenece a otros.
El dolor es tan lacerante que se respira, se vuelve cotidiano, forma parte de esta nada que me envuelve. Es el momento en que se tiene la certeza de que ya no hay nada más. Nada por vivir. Nada por descubrir. El día zeta de nuestra existencia. El más oscuro y solitario.
Voy a volar. Y tal vez, sólo tal vez, te encuentre.

viernes, 14 de septiembre de 2007

Gracias Marcela por creer que lo merezco!!!




Premio entregado por Marcela de "Mujeres de 40" www.mujeresde40.blogspot.com

viernes, 7 de septiembre de 2007

La muerte es ciega.


“…No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.”
J. S.



Allí, entre esas plantas que ahora cuelgan mustias, se desarrolló la tragedia. La vida y la muerte. El delgado límite que divide una de otra; un cordón, un rencor. Una puerta que se abre para tragarnos.
No estamos exentos de odio, ahora lo sé. Es como un monstruo agazapado que espera el momento justo para mostrar su poder.

Dijo que fue violada. Nadie creyó en sus palabras. Todos se preguntaban porqué se guardó el horror, como si fuera un secreto. Porque había hablado cuando ya cualquier cosa que dijera caería indudablemente en el vacío que deja la incredulidad.
No, no hay marcha atrás, no hay razones que avalen una reacción tan cruel, y que quepa en un cuerpo joven, pequeño y esmirriado, como el de esa niña devenida en mujer.
El tribunal implacable mira sin ver, acostumbrado al disimulo. El odio tiene varios atuendos, como caras tiene la mentira, y recorre los salones del viejo edificio. La mujer de la balanza mira con sus ojos tapados, pero se adivina su frialdad, la misma que apunta a ninguna parte. Allí la justicia es la reina, allí la muerte es ciega.
Quien es capaz de ver en sus ojos el miedo. Una vida apagada y otra que irremediablemente terminará de a poco, sin pausa… ¿Quién es el verdadero tribunal?
Romina, niña en su dolor, mujer para dar vida, despiadada para dar muerte; su mirada triste guarda mil secretos que cada quién intenta descifrar. Pero su misterio es un cofre sin llave aún.

Habló del vecino y de su amor…un pájaro muerto, dijo, pero nadie entendió. Su primera ilusión, agregó. Los tribunales no pesan los sentimientos, la mujer de la balanza hace equilibrio; tanto hiciste, tanto pagás.
Romina se convirtió en un montón de palabras sueltas, deshecha en lágrimas y estertores. Contó lo que sintió. Esa tarde, escondida entre las plantas de su jardín, el dolor lacerante en el Vientre, la sangre corriendo en torrentes por sus piernas, el miedo, y esa sensación terrible que es la soledad. Un lugar dónde no habita nadie.
Por un momento, o tal vez un siglo, pensó en todo lo que la rodeaba, en lo patética que era su vida.
Allí mismo, parada, con la sangre saliendo de entre sus piernas…no entendía, no lograba entender nada. Mientras tanto algo pugnaba por salir, y el dolor era casi insoportable. La carne se abría y un cuerpo pequeño se agitaba y caía hacía el pasto seco.
Tomó el bulto sangriento y así como estaba se metió en el baño precario ubicado fuera del rancho. Desesperada por alejarlo de su cuerpo, cortó el cordón con sus propios dientes y se quedó mirando aterrada aquello que minutos antes había salido de su cuerpo. Lo puso en una caja de zapatos y lo observó por un instante, hasta que todo se oscureció a su alrededor y las cosas comenzaron a tomar distancia, como si estuviera viendo una película. Fue cuando vio las tijeras, que se cruzaron como un rayo, como el destino. Las tomó y las clavó en el diminuto cuerpo, con los ojos cerrados, la clavó una y otra vez hasta convertirlo en una masa sanguinolenta. Ahí se dio cuenta que mientras mutilaba el cuerpo de su propio hijo, gritaba enloquecida. Alguien llegó, y le juró una y mil veces que vio la cara del violador, la cara del diablo.

martes, 24 de julio de 2007


Ángel urbano
“Bienaventurados los mansos porque
ellos poseerán la tierra…
Mt 5, 3-12



Sempiterno fumador de chalas caseras; producto del cultivo en macetas oxidadas y alimentadas sólo por la lluvia. Tenés tu propia plantación clandestina de fantasías, que alimentan cuerpo y alma, y te sacan de la más profunda soledad.
Orillero por elección. De orilla sin espuma de mar. De orilla sin el oleaje suave del río; en el que la luna, hecha como del reflejo del cristal, se proyecta, pretendiendo iluminarnos. Ni siquiera de riachuelo con desechos fabriles. Orillero de la acumulación de inundaciones en zona baja. Habitante de rancho de chapa y cartón. Esa es tu realidad y tu destino.
Tiraste un montón de semillas de marihuana, y se hizo el milagro…Como de oreganatto el campo.
Cuando las últimas luces del día se disipan, reemplazadas por las sombras de la noche, sacas el carro de maderas mal clavadas y salís para hacer el mango.
Reciclador urbano, todo te sirve, nada se pierde; mucho menos la ilusión de que la página gire y tu destino sea otro.
Atrás quedaron mujeres y un número incontable de hijos guachos, sin destino. Portadores de genes marginados.
La chala verde te mantiene abierta la puerta de la fantasía, y no te deja pensar en nada más; ni siquiera en el hambre que te acosa como puñales puntiagudos, convirtiéndose en feroces mastines, negros y monstruosos que atacan sin piedad. La cosa hervida de origen indescifrable, aplacará tu dolor.
No te alimentaste del rencor, aunque hubiese sido el camino más fácil. Todavía soñás con encontrar un arco iris entre la basura, y cambiar tu destino de reciclador.
Cuando el carro se llena, terminas la tarea, para de nuevo comprobar que tu espalda se curva peligrosamente. Sabés que sentirás dolor, calambres, pero nada que el cultivo de tus macetas no pueda aplacar.
Igual que cuando ves a esos niños repletos de ampollas, infecciones de la marginalidad, vientres hinchados; por un momento, solo por un momento, sentís el peso del tiempo implacable sobre tus hombros, pero luego entendés que no tiene sentido sufrir por aquello que no se puede cambiar. Sabiduría popular orillera, conformismo de la miseria, que más da.
Luego amanece, y es como un milagro. Atrás quedó todo aquello que no sirve.
Las últimas luces de mercurio son reemplazadas ahora por las del amanecer. La calle está desierta.

Cuando la Navidad está próxima, y te asalta la nostalgia, recordás a tu familia primaria, de quien heredaste la pobreza y la ignorancia. Un padre changuero, casi siempre borracho y agresivo. Una madre callada, que recibe golpes e insultos sin defenderse. Demasiado gastada a fuerza de parir sin ganas, sin amor, solo por los tristes presagios del destino. Destino que siempre está en manos de otros. Destino que no les pertenece, y la certeza absoluta de que lo malo, viene de los hilos de las marionetas que manejan todo.
-¡Si no te quiere tu madre! Te repetís, mientras te tomas unos mates lavados de tanto usar la misma yerba, y contemplás el agua estancada y putrefacta que refleja sólo el abandono.
Un Universo mezquino, cruel, producto de la desidia, te persigue desde siempre. Sin embargo hay algo que no te permite flaquear, que hace que cada día despiertes sin esa punzada en el pecho que produce la angustia. Y ese algo que te mantiene en pie, se renueva día a día porque te dice que las cosas van a cambiar, aunque te rodee la amargura en la cara de tanta gente. Aunque todo esté en contra. Aunque el agua penetre por los agujeros de tus zapatos y entre las chapas oxidadas. Aunque los que manejan las marionetas miren para otro lado. Aunque mueran tantos niños inocentes. Aunque tantos otros vivan de desechos…
Ángel urbano, la esperanza es tu amiga, te acompaña, te mima y te abriga cuando el frío te escarcha en tu rancho de cartón. Solo le pedís una cosa: que te siga acompañando en esa búsqueda eterna, que no te dé la espalda, que te mire con sus ojos verdes y que te mienta…que te mienta siempre.



Glosario
Chala, así se le dice a la hoja de marihuana vulgarmente.
Orillero, que vive en la orilla
Oreganatto, campo de orégano, palabra mezcla de italiano y español.
Mango del lunfardo, léxico porteño, significa dinero

lunes, 7 de mayo de 2007

Una noche con Oscar Wilde



“No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres.
A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que
a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”
O. W.


No sé bien cómo empezó la historia que les voy a contar; estoy tratando de ordenar los pensamientos y las raras sensaciones que me invaden, porque sé que no es un sueño.
Esa noche estaba leyendo, muy concentrado en la lectura, cuando escuché los ladridos. Me asomé por la ventana, pero lo único que vi fue la sombra de los árboles agitándose suavemente por el viento. Me llamó la atención que los perros cesaran de golpe, y que los tres observaran el mismo rincón, al mismo tiempo. No había nadie.
Intenté seguir con la lectura, pero fue imposible. Sentí que algo o alguien me observaba. Esa rara sensación de ojos en la nuca, y el frío subiendo por la columna. Me di vuelta y lo vi. Estaba tan sorprendido como yo.
Empezó a dar vueltas por la habitación; abrió la puerta que daba al comedor, entonces lo seguí. En ese momento reparé en sus ropas y su aspecto en general. Estaba disfrazado con unas graciosas calzas, una chaqueta muy adornada, una camisa con varias capas de puntillas en los puños y el cuello, y llevaba un raro abrigo de piel, a pesar del calor.
Haciendo movimientos exagerados con las manos y muy impostado, dijo
— ¿Qué pasa? ¿Dónde están todos?
Me pregunté como se había metido ese loco en la casa, estando todas las puertas y las ventanas cerradas y trabadas por dentro.
— ¿Quién es usted? En realidad, no esperaba respuesta para esa pregunta. Sólo intenté decir algo. Me encontraba atontado, sin capacidad para reaccionar ante el intruso.
Me miró irguiendo más la cabeza y el pecho.
—Sir Oscar Wilde…
Qué loco gracioso pensé, mientras trataba de no reírme en su cara. Me miraba muy serio con expresión afectada, como si se hubiese ofendido con la pregunta. Noté que se parecía demasiado a las fotos que vi del famoso escritor; ojos caídos, labios carnosos y sensualmente impertinentes, su hermoso pelo dividido al medio y sobre todo, una presencia imponente.
Él también comenzó a observarme de arriba abajo, moviendo la cabeza en actitud de negación.
— ¿Dónde está el tribunal?
— ¿Tribunal?
No entendía nada. De repente vi que se llevaba las manos crispadas a la cara mientras decía:
— ¡OH! Mí adorado Narciso…
Otra vez tuve que contener la risa. Sus movimientos teatrales me recordaban a las obras clásicas. Intenté aproximarme, pero retrocedió algo asustado, aunque pronto volvió a erguirse orgulloso.
— ¿Quién es usted? Preguntó con calma.
— Yo me hago la misma pregunta…no entiendo como entró a mi casa…
¿De qué tribunal me habla? agregué.
— Me están juzgando por sodomía… ¡ignorantes! No comprenden nada, les preocupa tanto una carta, un poema…
Sacó de un pequeño bolsillo una boquilla y noté que llevaba una flor de girasol ya marchito, colgando, y de la que parecía no querer separarse.
Él había cambiado de actitud. Estaba relajado, y eso también me calmó a mí. Me dejé llevar por las palabras de ese hombre misterioso que parecía haber viajado por el tiempo. Resplandecía tanto, que me encandiló con su sola presencia.
Me dijo casi en un susurro:
—Escucha usted con los ojos; he aquí por qué voy a contarle esta historia… Cuando murió Narciso, las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron del río gotas de agua para llorarle… ¡OH!, les respondió el río, aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: Yo le amaba… ¡OH!, ¿Cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso…luego se detuvo un instante, y agregó: si yo le amaba, respondió el río…es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas…Después con una extraña carcajada, añadió: Esta historia se llama “El discípulo”…
No pude articular palabra. La personalidad del loco me dejaba totalmente abstraído. Sólo atiné a mirarlo a los ojos, y creo que eso fue lo que le infundió confianza como para contar, sin tapujos.
—Su padre, el padre de Bosie*, agregó, me acusa por una carta, dice que es inmoral…pero es peor que eso, ¡Está mal escrita!... me miró y siguió con su monólogo… ¿sabe usted qué es lo que hace a la obra de arte y qué es lo que hace a la obra de la naturaleza? ¿Sabe usted en qué consiste la diferencia?
Por supuesto que jamás me dejó contestar ninguna de sus preguntas y siguió con su discurso incoherente…
—Porque, al fin y al cabo, la flor del narciso es tan bella como una obra de arte…y lo que las distingue no puede ser la belleza. ¿Sabe usted qué es lo que las distingue…? La obra de arte es siempre única, la naturaleza, que no hace nada perdurable, se repite siempre, a fin de que nada de lo que ella hace se pierda…Hay muchas flores de narciso, he ahí por qué sólo pueden vivir un día…
Seguí mirándolo, serio y contenido, nunca se sabe como puede reaccionar una persona demente. Entonces nuevamente habló; no fue en seguida, quizás pasaron horas, donde él quedó sumido en pensamientos. Tenía la vista fija en un punto y el ceño fruncido, como de preocupación, me dijo.
—No me gustan sus labios; son rectos, como los de alguien que jamás ha mentido. Quiero enseñarle a mentir, para que sus labios se vuelvan bellos y sinuosos como los de una máscara antigua…
Se arrimó demasiado, como para querer rozarlos. Corrí la cara molesto, y sentí otra vez el mismo frío gélido.
Estaban filtrándose las primeras luces del amanecer; cuando volví a girar la cabeza, ya no estaba. Se había ido junto con la noche. Miré enloquecido por todos los rincones y nada, hasta que vi el narciso, hermoso, reluciente… en el mismo lugar dónde había estado sentado.

sábado, 28 de abril de 2007

Fotos en el alma


Fotos en el alma
"...es el instante de poner cerrojo a los labios

oir a los condenados gritar..."
A. P.

Cuando alquilé el departamento de barrio norte, el típico bulo de soltero, estaba lejos de imaginar lo que iba ocurrir después.
En esa primera visita no advertí nada. Era el lugar perfecto, cerca de la facultad y del trabajo. No dudé. En seguida llevé mis cosas.
En realidad no era mucho lo que tenía que acomodar, además de la cama; una mesita, la biblioteca y eso sí, muchos libros.
Al principio sentí una presencia, un algo intangible que me rodeaba; lo atribuí al hecho de que era la primera vez que vivía solo. Pasaron varios días hasta que vi la baulera en el entretecho del baño. Me pareció el lugar ideal para guardar aquellas cosas en desuso; en realidad eran varias enciclopedias que ya no consultaba e invadían la pequeña biblioteca.
Además del polvo y las telarañas había cajas de distintos tamaños. Las tomé para dárselas al administrador, pero como la curiosidad es grande miré dentro de ellas; eran fotos y cartas. Desde ese momento no pude despegarme, como si me hubieran tomado la voluntad, a pesar de tratarse de objetos inanimados.
Tanto las fotos como las cartas estaban fechadas entre los años 1975 y 1976. Había mucha gente, casi adolescente. Se los veía radiantes, con su juventud y belleza, augurando una vida por delante.
Por momentos creí estar violando la intimidad de alguien, pero eso no me detuvo a la hora de leerlas.
Eran cartas hermosas, llenas de citas y poesía dedicadas a un tal Damián y firmadas por Cristina. Puse todas las fotos sobre la mesita y separé aquellas donde estaban ellos: Cris y Dami, 28 de abril de 1976, Dami, un día de pesca; Cristina 5 de junio de 1976…
Vi una mujer niña de largo pelo oscuro, casi negro, cuerpo pequeño y delgado, sonriente, muy sonriente. Hermosa y fresca en su adolescencia.

Esa noche soñé con ella. Se había metido en mi cama y temblaba de frío o de miedo, entonces me pedía que la abrazara y no le hiciera preguntas.
Me desperté sobresaltado, con un mal presentimiento, algo parecido a la angustia.
Se clavó en mi carne desde el mismo momento en que la vi en la foto. Por impulso, llamé al administrador para sacarle información sobre los viejos inquilinos, sabía que no resultaría sencillo preguntar sobre personas que habitaron el departamento hacía tantos años.
Me llamó la atención el hecho de que las fotos quedaran olvidadas, y que alguien dejase recuerdos tan importantes e irremplazables.
El administrador me contó algo muy por encima. Que allí vivió Damián, un estudiante de derecho que aparentaba ser un buen chico hasta que se fue sin pagar el alquiler. Dijo que de un día para el otro no se supo más de él, y que dejó todo. Algunos suponen que se metió con alguna mala junta, o una secta religiosa; otros creen que lo chupó la dictadura, pero que le parecía extraño porque nunca se lo veía con nadie que no fuera la chica, su novia. Le pregunté qué había sido de ella, y me contó que lo estuvo buscando durante mucho tiempo. Que venía y lo esperaba horas todos los días…dijo que daba pena ver lo triste que estaba, y que siguió así por meses, hasta que un día le dejó el teléfono y su dirección para que le avisara si sabía algo de Damián.
Mi primer impulso fue preguntar si tenía la dirección de la chica. Pero enseguida supe que era una locura pedirle algo que habría tirado hace tiempo.
Esa noche tampoco pude dormir. Me las pasé dando vueltas y escuchando voces dentro de mi cabeza, como un demente. Ya no sabía si era un sueño o real. Me levanté y vi las fotos sobre la mesita; en realidad tampoco recordaba haberlas dejado allí.

Su actitud era obsesiva. Trató de convencerse que eran unas fotos olvidadas y listo; pero no, no tenía ningún sentido quedarse con ese pensamiento superficial. Después de hablar con el administrador no podía conformarse con cualquier respuesta. Se exponía al ridículo total al preguntarle si guardaba el teléfono y la dirección, y también sabía que del ridículo nunca se vuelve, pero no le importaba nada.
Sus pupilas habían retenido a la mujer-niña de la foto, y cada vez que cerraba los ojos, su imagen nítida le inundaba las retinas, como una maldición, un presagio del cual no podía escapar. Se pasó la noche pensando en cómo encarar al administrador sin que éste se llevara una mala impresión de él. Se escuchó ensayar mil pavadas que no convencían, así que optó por decir la verdad, ahorrándose los detalles; nada de sueños y oscuros presentimientos.

El administrador abrió una caja y sacó un papel amarillo. Me lo dio sin mayores preámbulos, diciendo que no me olvidara que habían pasado treinta años, y que menos mal que tenía la costumbre de guardar todo. Luego me miró interrogante y amagó una pregunta que alejó con un gesto de su mano; dijo hasta pronto y se fue moviendo la cabeza en actitud de negación. No me atreví a preguntarle qué era lo que estuvo a punto de decir, pero podía suponerlo.
Tenía la foto y el número de teléfono, pero no sabía cómo encararla, además existía la posibilidad que no viviera en la misma casa y que nadie supiera de ella.
Miré una y mil veces las fotos y releí las cartas “…que tu cuerpo sea siempre un amado espacio de revelaciones”…sé que te gusta Alejandra, por eso elegí esta frase.
Sentí que me estremecía, como si fuera el destinatario de esas cartas y de la mirada sonriente y hermosa de la foto… “no el poema de tu ausencia, sólo un dibujo, una grieta en un muro, algo en el viento, un sabor amargo”…Sabes una cosa amor, a veces me siento tan sola… no pienses mal…me refiero a otro tipo de soledad, es como si no existiera nadie de tu especie…me siento un bicho raro…no soporto tanta injusticia, quiero gritar, golpear caras, sacudir conciencias…no estamos solos en el mundo…¿es posible respirar, comer, amar sobre tanto dolor y abandono?, no quiero vivir así, indiferente…quizás se pueda hacer algo, todavía no sé qué…”
Las palabras de Cristina me golpearon como misiles. Otra noche sin dormir; se estaba haciendo habitual soñar con ella, pero esta vez fue distinto. Se metió en la cama mientras dormía y me miraba con sus enormes ojos marrones, que vibraban sensualmente al encontrarse con los míos. Yo era Damián, no existían dudas de eso. Podía sentir su aliento cálido y perfumado mientras murmuraba algún poema de Alejandra. Yo quería decirle que no era Damián, pero cada vez que lo intentaba, como adivinando mis pensamientos, me cerraba la boca con un beso y yo permanecía envuelto en un letargo amoroso del cual no podía salir. Luego me despertaba sobresaltado, taquicárdico, como si algo o alguien me la hubiese arrebatado.
Otra vez me encontré sentado con las fotos y cartas desparramadas sobre la mesita: “…Ya sé Dami que me estoy arriesgando mucho, y que en este momento el país esta convulsionado, pero no tengo miedo…no pienso en mí…o tal vez soy egoísta, lo hago porque no puedo con este dolor… ¿viste los chicos de la villa? Sus caritas tristes, ¿es posible tener una vida después de ver ese vacío e incertidumbre en la cara de tantas personas?…puede ser egoísmo…soy egoísta, sufro…”
“Inés no está, la buscamos por todos lados y nadie sabe nada…tengo miedo de que las bestias se la hayan llevado… ¿es posible que crean peligrosa a una persona que alfabetiza a la gente de la villa?... ¡ay! Dami, quizás también me busquen a mí…no quiero alejarme de vos, te amo…”
“Dami, me escondí en el placard…escuché el timbre y me escondí…estoy aterrada, ¿y yo quiero cambiar el destino de la gente? Jajaja, encerrada en el placard, muerta de miedo…Te necesito Dami, más que nunca, te amo…”
Al otro día, enajenado y con el corazón saliéndose de mi boca, fui sin pensar en nada más a la dirección que estaba en el viejo papel amarillo. Sólo con la idea fija de saber al fin qué había pasado con Cristina y Damián.
Me encontré con una casa vetusta, casi abandonada, donde la hierba crecía en forma descontrolada y trepaba por las paredes hasta cubrirla casi en su totalidad. Mi primer impulso fue irme, pero una fuerza inexplicable me mantenía firme frente a la entrada. No sé que esperaba encontrar, y tampoco me hacía demasiadas preguntas. Sabía que estaba viviendo una especie de enamoramiento a destiempo por la mujer niña de la foto, que ya no lo era. En el fondo sentía que les debía algo a ellos. Que yo me quedaba con una parte de sus vidas al poseer esas cajas.

Toqué el timbre. Después de unos minutos interminables la puerta se abrió y una mujer muy anciana salió casi arrastrando sus pies. Las piernas se me aflojaron, se me cruzaron miles de cosas en ese pequeño trayecto hasta que la mujer habló. Por ejemplo, que llamaría a Cristina y ella aparecería con su carita de niña, el pelo largo y su sonrisa; era un pensamiento absurdo y lo sabía bien. Pasaron treinta años. También imaginaba que me diría que se fue del país por las amenazas, o que se había casado, vivía cerca y la visitaba seguido. Hasta pensé en la opción de que estuviera soltera dando clases en la universidad o la secundaria.

Cuando la anciana llegó, le dije mi nombre e inmediatamente le pregunté si allí vivía Cristina. La mujer miró sin comprender, entonces saqué de una de las cajas la foto dónde ella estaba sola y sonriente, pero ni siquiera reparó en lo que le mostraba. Su boca se abrió en un gesto de sorpresa y empezó a llorar con amargura en silencio. Sus lágrimas caían sin control, como si hubiesen estado contenidas durante mucho tiempo.
No supe que hacer ante esa reacción que quizás fue la que menos esperaba. Intenté acercarme más, pero la anciana levantó la mano como para frenar mi impulso de intentar contenerla de alguna manera.
Me dijo casi en un susurro que era su madre. Le conté que encontré las cajas con fotos y cartas, y que quería devolverlas.
Ella empezó a contar la parte de la historia que conocía. Dijo que Cristina y su amiga Inés iban mucho a la villa para ayudar a los analfabetos, querían hacer una especie de escuela y un comedor. Que Damián era un buen chico y se amaban mucho, que estudiaba derecho y también trabajaba, y no tenía tiempo para acompañarla…dijo que la primera que desapareció fue Inés, que la fueron a buscar a su casa y la sacaron como una delincuente. Después desapareció Damián, y nadie pudo entender el motivo, porque él no participaba en nada…eso destrozó a Cristina, empezó a buscarlo por todas partes, a esperarlo en la entrada del edificio, durante horas, días, meses…hasta que se la llevaron también

Se me cayeron todas las cajas de la mano. Las fotos y cartas se desparramaron por la vereda. Mientras las recogía, lloraba y al mismo tiempo no podía evitar sorprenderme. Esperaba cualquier cosa, menos este final abrupto para mi incipiente y desesperanzada historia de amor.
La mujer me miraba con pena al ver mis ojos llorosos; fue cuando le entregué las cajas y me fui sin palabras.

Esa fue la última noche que soñé con Cristina. Ella me recitaba al oído el párrafo de uno de los poemas de Alejandra, a quien conocí a través de sus cartas, y de quien no me despegaría nunca más: “He de partir no más inercia bajo el sol, no más sangre anonadada, no más fila para morir”
Fin

Obra: "Amantes" de Nicoletta Tomas

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Un diamante negro