viernes, 14 de septiembre de 2007

Gracias Marcela por creer que lo merezco!!!




Premio entregado por Marcela de "Mujeres de 40" www.mujeresde40.blogspot.com

viernes, 7 de septiembre de 2007

La muerte es ciega.


“…No pongas el amor en mis manos como un pájaro muerto.”
J. S.



Allí, entre esas plantas que ahora cuelgan mustias, se desarrolló la tragedia. La vida y la muerte. El delgado límite que divide una de otra; un cordón, un rencor. Una puerta que se abre para tragarnos.
No estamos exentos de odio, ahora lo sé. Es como un monstruo agazapado que espera el momento justo para mostrar su poder.

Dijo que fue violada. Nadie creyó en sus palabras. Todos se preguntaban porqué se guardó el horror, como si fuera un secreto. Porque había hablado cuando ya cualquier cosa que dijera caería indudablemente en el vacío que deja la incredulidad.
No, no hay marcha atrás, no hay razones que avalen una reacción tan cruel, y que quepa en un cuerpo joven, pequeño y esmirriado, como el de esa niña devenida en mujer.
El tribunal implacable mira sin ver, acostumbrado al disimulo. El odio tiene varios atuendos, como caras tiene la mentira, y recorre los salones del viejo edificio. La mujer de la balanza mira con sus ojos tapados, pero se adivina su frialdad, la misma que apunta a ninguna parte. Allí la justicia es la reina, allí la muerte es ciega.
Quien es capaz de ver en sus ojos el miedo. Una vida apagada y otra que irremediablemente terminará de a poco, sin pausa… ¿Quién es el verdadero tribunal?
Romina, niña en su dolor, mujer para dar vida, despiadada para dar muerte; su mirada triste guarda mil secretos que cada quién intenta descifrar. Pero su misterio es un cofre sin llave aún.

Habló del vecino y de su amor…un pájaro muerto, dijo, pero nadie entendió. Su primera ilusión, agregó. Los tribunales no pesan los sentimientos, la mujer de la balanza hace equilibrio; tanto hiciste, tanto pagás.
Romina se convirtió en un montón de palabras sueltas, deshecha en lágrimas y estertores. Contó lo que sintió. Esa tarde, escondida entre las plantas de su jardín, el dolor lacerante en el Vientre, la sangre corriendo en torrentes por sus piernas, el miedo, y esa sensación terrible que es la soledad. Un lugar dónde no habita nadie.
Por un momento, o tal vez un siglo, pensó en todo lo que la rodeaba, en lo patética que era su vida.
Allí mismo, parada, con la sangre saliendo de entre sus piernas…no entendía, no lograba entender nada. Mientras tanto algo pugnaba por salir, y el dolor era casi insoportable. La carne se abría y un cuerpo pequeño se agitaba y caía hacía el pasto seco.
Tomó el bulto sangriento y así como estaba se metió en el baño precario ubicado fuera del rancho. Desesperada por alejarlo de su cuerpo, cortó el cordón con sus propios dientes y se quedó mirando aterrada aquello que minutos antes había salido de su cuerpo. Lo puso en una caja de zapatos y lo observó por un instante, hasta que todo se oscureció a su alrededor y las cosas comenzaron a tomar distancia, como si estuviera viendo una película. Fue cuando vio las tijeras, que se cruzaron como un rayo, como el destino. Las tomó y las clavó en el diminuto cuerpo, con los ojos cerrados, la clavó una y otra vez hasta convertirlo en una masa sanguinolenta. Ahí se dio cuenta que mientras mutilaba el cuerpo de su propio hijo, gritaba enloquecida. Alguien llegó, y le juró una y mil veces que vio la cara del violador, la cara del diablo.
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Un diamante negro