Capítulo de una novela en proceso.
Seguí a Marcos por las calles de San Telmo. Estaba con su eterno impermeable. No había nadie, solo se escuchaba el retumbar de sus pasos, y yo detrás tratando de ahogar los míos. Tomaba una calle y luego otra; cuando llegó a Estados Unidos, se paró frente a una vieja casa destartalada, que en lugar de puerta, tenía unas chapas oxidadas sujetas con alambre. Las corrió y entró. Yo me acerqué despacio y asomé por la abertura. No era una simple casa. En algún tiempo había gozado de esplendor. Todavía conservaba un hermoso mural, el mármol del piso y hasta el revestimiento del hall de entrada. Solo le faltaban las puertas y ventanas.
Por un momento me olvidé de Marcos, y recorrí sus hermosos cuartos, y hasta imaginé como sería vivir en un lugar tan agradable. Las cúpulas de cada habitación estaban adornadas con molduras que representaban escenas en templos griegos, y las mismas se repetían en cada ángulo inferior a menor escala. Cada cuarto tenía una escena distinta. El baño era increíble, con una enorme bañera en el centro, grifería de bronce, pisos dignos de un palacio. Pero lo que más me impactó, fue el vitreaux redondo en lugar de una ventana, con unos ángeles multicolores que se proyectaban en la pared cuando el sol, estratégicamente, se ponía en esa dirección. El efecto era similar al de un calidoscopio.
Cuando salí del baño, me encontré con Marcos. Me hizo salir inmediatamente de ese ensueño.
_ ¿Por qué me seguís? –Lo dijo tomándome fuerte del brazo-
No me gustó su actitud. Me pareció agresiva. O quizás eran sus ojos inyectados los que le daban ese aspecto. De todos modos, como dándose cuenta de su accionar desubicado, me soltó, y se alejó unos pasos.
_ ¿Por qué tanto misterio? –Se lo pregunté con calma-
_ Lucy, no me respondas con otra pregunta…vos sos la misteriosa
_ ¿De qué misterio me hablás? Justo vos, que te la pasas como un fantasma divagando por las calles…estoy harta Marcos, siempre te encuentro en lugares impensados, y de pura casualidad
_ Nada es casual Lucy… Creí que entendías
Me quedé mirando sus ojos, y pensé, quisiera dibujarlos, llegar a su misterio. Traspasar ese muro interior que no me permite llegar a él.
Se arrimó y me tomó las manos. Las sentí frías, ausentes, si es posible que las manos puedan expresar tales sensaciones. Me dejé llevar.
Pasamos por un pequeño salón, que repetía las escenas de templos griegos, muy parecidas a la de los cuartos. Allí si había una puerta, de esas que llegaban casi hasta el cielo raso, de roble barnizado. Estaba intacta, como también lo estaban las paredes casi impecables de toda la casa.
Pasamos la puerta, la única que quedaba. También era un cuarto y estaba amueblado con una cama y una mesita antigua con tapa de mármol. En el rincón había un perchero vienés y en el colgaba el impermeable de Marcos. Un solo cuadro adornaba la pared de la cabecera, una reproducción de “El grito” de Munch, que en ese contexto me pareció más escalofriante aún.
Me miró de esa manera penetrante que desnuda. Acarició mis brazos que colgaban exhaustos y mi piel se erizó. Sentí como sus manos temblaban imperceptiblemente. Me abrazó, me devoró en ese abrazo, casi desesperado. Luego comenzó a desvestirme. No me inmuté, lo dejé. En el fondo pensaba que era lo único que podía hacer, desvestirme, mirarme, fagocitarme con sus ojos verdes oblicuos del color de las algas.
Mientras que observaba mi desnudez, se desvistió; toqué su piel aterciopelada, ese santuario de músculos en perfecta armonía y me perdí en él. Cuando estaba por llegar al éxtasis total, miro el cuadro de Munch. No sé porque lo hice. Y compruebo horrorizada que en su lugar estaba la foto del generalísimo. Sentí que mi cara se desfiguraba, convirtiéndose en la misma de “El grito”, en una máscara patética; y también descubrí, que el cuarto estaba tapizado con fotos del general y sus mujeres. Me quedé gritando, desnuda, en el medio de ese horror, mientras que Marcos me miraba y se sonreía irónicamente.
En ese momento me desperté. Pero no termina acá la historia, pasó algo más. Por algún mecanismo de la mente que me es imposible entender, me volví a dormir casi de inmediato, y el sueño siguió en otra parte de la casa. Como si fuera otro capítulo de la historia.
Marcos me llevaba nuevamente de la mano, y en el sueño, si bien sabía que había vivido algo antes, no podía recordar nada sobre la escena de “El grito” y las fotos de Perón. Me llevó hacia un patio interno, bastante amplio, cuyas paredes estaban totalmente cubiertas por unas hermosas enredaderas llenas de flores de color rosa y blanco. Varios macetones desordenados con plantas exóticas y cáctus, y en el centro un juego de mesa y sillones de jardín, muy antiguos. El patio estaba en su esplendor lleno de colorido primaveral. Marcos me hizo un gesto con la mano invitándome a sentarme. Dude por un instante, pero terminé sentada, observándolo en silencio.
Hablaba y gesticulaba con exageración. No entendí muy bien lo que decía, todo se reducía a un montón de palabras. Algunas retumbaban en mi cabeza; Almagro, padres adoptivos, Resistencia, España, Montoneros, linyeras, gatos, gatos, gatos…
Me levanté asustada y salí casi corriendo. Lo único que quería era alejarme de Marcos, perderlo para siempre. Pero algo extraño había pasado. Me encontré en la salita que en la anterior etapa del sueño, tenía una sola puerta que correspondía a la habitación con el cuadro de Munch, y yo, giraba y comprobaba que ahora todos los cuartos tenían puerta. Entonces seguía girando sobre mis propios talones, tratando de descubrir cual de ellas me llevaría hacia la salida, la libertad.
Fue cuando apareció Marcos con algo en la mano. Dejé de girar y lo observé. Tenía algo ensangrentado, y estaba todo salpicado de un sin fin de minúsculas gotas de sangre oscura. Lo miré fijo tratando de descifrar que era esa masa sangrienta que tenía en la mano. Entonces el hizo un leve movimiento y la cola peluda apareció ante mis ojos. En ese mismo instante comprobé que era mi gata de la infancia, aquella que amé tanto y cuya muerte me marcó tan profundo, como la muerte de mi padre en manos asesinas. De mi garganta brotó un grito ahogado, y me encontré nuevamente en la habitación, desnuda, con las fotos del generalísimo, el cuadro de Munch y el perchero vienés donde ahora colgaba el impermeable ensangrentado de Marcos.