Este relato pertenece a mi amigo español "Amado Storni", escritor, poeta, cantante y autor; por lo tanto un verdadero soñador.
SALIÓ corriendo la Utopía huyendo de la Realidad. Sus pasos parecían firmes y seguros pero su huída era una huída desesperada y sin control. A cada paso que daba la Utopía la Realidad daba dos más. En su afán de no ser alcanzada la Utopía buscó ayuda. Fue así como se encontró con un banquero, pero éste, preocupado por la bolsa y las divisas, interesado de interés y capital, ni siquiera la escuchó. En su atropellado caminar la Utopía se encontró con un clérigo que al principio puso interés en escucharla. Parecían hablar el mismo idioma aunque a veces no se entendían. Y es que la vida espiritual de la que hablaba el sacerdote no era la misma que la de la Utopía. Su vida era una vida que después de la vida se construía con los cimientos de una fe en la que ni el mismo clérigo creía. La Utopía siguió huyendo y fue entonces cuando se encontró con un político al que la Utopía reconoció enseguida. Ambos, en un tiempo pasado no muy lejano, habían caminado juntos y cogidos de la mano. Pero terminada la campaña electoral y cuando aquél consiguió el status que buscaba, la Utopía volvió a quedarse sola. Y el político, creíble y diplomático, le dio la espalda. La Utopía también se encontró con un hombre. Un hombre que fue adolescente. Un adolescente que fue niño. Y ese hombre al que la Utopía ilusionó de niño y también de adolescente, ni siquiera la saludó porque no la conocía. Al tiempo de ser alcanzada por la Realidad la Utopía se encontró con un poeta, atropellado de versos e indómito de sueños incurables. El poeta parecía distante, pero cuando la Utopía se detuvo a hablar con él éste la escuchó. Ambos se entendieron y se saludaron porque ambos se reconocían. Y vio la Utopía que con el poeta se sentía segura. Al oir llegar a la Realidad la Utopía se escondió. Se detuvo la Realidad ante el poeta y le preguntó si había visto pasar a la Utopía. Pero ni el poeta entendía a la Realidad ni la Realidad se entendía con el poeta porque a lo que la Realidad llamaba Utopía era la realidad del poeta. Y cansada de ese mal entendimiento la Realidad se tuvo que marchar. Fue entonces cuando la Utopía se metió en el cuerpo del poeta porque sintió que ese era su verdadero hogar. Es por eso que los poetas saben tanto de sueños y los sueños se llevan tan bien con los poetas.
SALIÓ corriendo la Utopía huyendo de la Realidad. Sus pasos parecían firmes y seguros pero su huída era una huída desesperada y sin control. A cada paso que daba la Utopía la Realidad daba dos más. En su afán de no ser alcanzada la Utopía buscó ayuda. Fue así como se encontró con un banquero, pero éste, preocupado por la bolsa y las divisas, interesado de interés y capital, ni siquiera la escuchó. En su atropellado caminar la Utopía se encontró con un clérigo que al principio puso interés en escucharla. Parecían hablar el mismo idioma aunque a veces no se entendían. Y es que la vida espiritual de la que hablaba el sacerdote no era la misma que la de la Utopía. Su vida era una vida que después de la vida se construía con los cimientos de una fe en la que ni el mismo clérigo creía. La Utopía siguió huyendo y fue entonces cuando se encontró con un político al que la Utopía reconoció enseguida. Ambos, en un tiempo pasado no muy lejano, habían caminado juntos y cogidos de la mano. Pero terminada la campaña electoral y cuando aquél consiguió el status que buscaba, la Utopía volvió a quedarse sola. Y el político, creíble y diplomático, le dio la espalda. La Utopía también se encontró con un hombre. Un hombre que fue adolescente. Un adolescente que fue niño. Y ese hombre al que la Utopía ilusionó de niño y también de adolescente, ni siquiera la saludó porque no la conocía. Al tiempo de ser alcanzada por la Realidad la Utopía se encontró con un poeta, atropellado de versos e indómito de sueños incurables. El poeta parecía distante, pero cuando la Utopía se detuvo a hablar con él éste la escuchó. Ambos se entendieron y se saludaron porque ambos se reconocían. Y vio la Utopía que con el poeta se sentía segura. Al oir llegar a la Realidad la Utopía se escondió. Se detuvo la Realidad ante el poeta y le preguntó si había visto pasar a la Utopía. Pero ni el poeta entendía a la Realidad ni la Realidad se entendía con el poeta porque a lo que la Realidad llamaba Utopía era la realidad del poeta. Y cansada de ese mal entendimiento la Realidad se tuvo que marchar. Fue entonces cuando la Utopía se metió en el cuerpo del poeta porque sintió que ese era su verdadero hogar. Es por eso que los poetas saben tanto de sueños y los sueños se llevan tan bien con los poetas.