lunes, 7 de mayo de 2007

Una noche con Oscar Wilde



“No voy a dejar de hablarle sólo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres.
A menudo mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que
a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo”
O. W.


No sé bien cómo empezó la historia que les voy a contar; estoy tratando de ordenar los pensamientos y las raras sensaciones que me invaden, porque sé que no es un sueño.
Esa noche estaba leyendo, muy concentrado en la lectura, cuando escuché los ladridos. Me asomé por la ventana, pero lo único que vi fue la sombra de los árboles agitándose suavemente por el viento. Me llamó la atención que los perros cesaran de golpe, y que los tres observaran el mismo rincón, al mismo tiempo. No había nadie.
Intenté seguir con la lectura, pero fue imposible. Sentí que algo o alguien me observaba. Esa rara sensación de ojos en la nuca, y el frío subiendo por la columna. Me di vuelta y lo vi. Estaba tan sorprendido como yo.
Empezó a dar vueltas por la habitación; abrió la puerta que daba al comedor, entonces lo seguí. En ese momento reparé en sus ropas y su aspecto en general. Estaba disfrazado con unas graciosas calzas, una chaqueta muy adornada, una camisa con varias capas de puntillas en los puños y el cuello, y llevaba un raro abrigo de piel, a pesar del calor.
Haciendo movimientos exagerados con las manos y muy impostado, dijo
— ¿Qué pasa? ¿Dónde están todos?
Me pregunté como se había metido ese loco en la casa, estando todas las puertas y las ventanas cerradas y trabadas por dentro.
— ¿Quién es usted? En realidad, no esperaba respuesta para esa pregunta. Sólo intenté decir algo. Me encontraba atontado, sin capacidad para reaccionar ante el intruso.
Me miró irguiendo más la cabeza y el pecho.
—Sir Oscar Wilde…
Qué loco gracioso pensé, mientras trataba de no reírme en su cara. Me miraba muy serio con expresión afectada, como si se hubiese ofendido con la pregunta. Noté que se parecía demasiado a las fotos que vi del famoso escritor; ojos caídos, labios carnosos y sensualmente impertinentes, su hermoso pelo dividido al medio y sobre todo, una presencia imponente.
Él también comenzó a observarme de arriba abajo, moviendo la cabeza en actitud de negación.
— ¿Dónde está el tribunal?
— ¿Tribunal?
No entendía nada. De repente vi que se llevaba las manos crispadas a la cara mientras decía:
— ¡OH! Mí adorado Narciso…
Otra vez tuve que contener la risa. Sus movimientos teatrales me recordaban a las obras clásicas. Intenté aproximarme, pero retrocedió algo asustado, aunque pronto volvió a erguirse orgulloso.
— ¿Quién es usted? Preguntó con calma.
— Yo me hago la misma pregunta…no entiendo como entró a mi casa…
¿De qué tribunal me habla? agregué.
— Me están juzgando por sodomía… ¡ignorantes! No comprenden nada, les preocupa tanto una carta, un poema…
Sacó de un pequeño bolsillo una boquilla y noté que llevaba una flor de girasol ya marchito, colgando, y de la que parecía no querer separarse.
Él había cambiado de actitud. Estaba relajado, y eso también me calmó a mí. Me dejé llevar por las palabras de ese hombre misterioso que parecía haber viajado por el tiempo. Resplandecía tanto, que me encandiló con su sola presencia.
Me dijo casi en un susurro:
—Escucha usted con los ojos; he aquí por qué voy a contarle esta historia… Cuando murió Narciso, las flores de los campos quedaron desoladas y solicitaron del río gotas de agua para llorarle… ¡OH!, les respondió el río, aun cuando todas mis gotas de agua se convirtieran en lágrimas, no tendría suficientes para llorar yo mismo a Narciso: Yo le amaba… ¡OH!, ¿Cómo no ibas a amar a Narciso? Era hermoso…luego se detuvo un instante, y agregó: si yo le amaba, respondió el río…es porque, cuando se inclinaba sobre mí, veía yo en sus ojos el reflejo de mis aguas…Después con una extraña carcajada, añadió: Esta historia se llama “El discípulo”…
No pude articular palabra. La personalidad del loco me dejaba totalmente abstraído. Sólo atiné a mirarlo a los ojos, y creo que eso fue lo que le infundió confianza como para contar, sin tapujos.
—Su padre, el padre de Bosie*, agregó, me acusa por una carta, dice que es inmoral…pero es peor que eso, ¡Está mal escrita!... me miró y siguió con su monólogo… ¿sabe usted qué es lo que hace a la obra de arte y qué es lo que hace a la obra de la naturaleza? ¿Sabe usted en qué consiste la diferencia?
Por supuesto que jamás me dejó contestar ninguna de sus preguntas y siguió con su discurso incoherente…
—Porque, al fin y al cabo, la flor del narciso es tan bella como una obra de arte…y lo que las distingue no puede ser la belleza. ¿Sabe usted qué es lo que las distingue…? La obra de arte es siempre única, la naturaleza, que no hace nada perdurable, se repite siempre, a fin de que nada de lo que ella hace se pierda…Hay muchas flores de narciso, he ahí por qué sólo pueden vivir un día…
Seguí mirándolo, serio y contenido, nunca se sabe como puede reaccionar una persona demente. Entonces nuevamente habló; no fue en seguida, quizás pasaron horas, donde él quedó sumido en pensamientos. Tenía la vista fija en un punto y el ceño fruncido, como de preocupación, me dijo.
—No me gustan sus labios; son rectos, como los de alguien que jamás ha mentido. Quiero enseñarle a mentir, para que sus labios se vuelvan bellos y sinuosos como los de una máscara antigua…
Se arrimó demasiado, como para querer rozarlos. Corrí la cara molesto, y sentí otra vez el mismo frío gélido.
Estaban filtrándose las primeras luces del amanecer; cuando volví a girar la cabeza, ya no estaba. Se había ido junto con la noche. Miré enloquecido por todos los rincones y nada, hasta que vi el narciso, hermoso, reluciente… en el mismo lugar dónde había estado sentado.
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Un diamante negro